Por Gorman Insights
La consultora global estadounidense Kearney presentó la última semana de octubre su 2022 Global Cities Report, el informe anual sobre las 30 ciudades más capaces de atraer, retener y generar flujos globales de capital, personas e ideas. Para este año, el índice de Kearney midió el desempeño de 156 ciudades de todo el mundo en base a cinco dimensiones: actividad comercial, capital humano, intercambio de información, experiencia cultural y compromiso político.
Respecto a la capital argentina, la Ciudad de Buenos Aires alcanzó la posición 25° y se posicionó entre Frankfurt (24°) y Barcelona (26°). Esto implicó el retorno de la Ciudad al Top 30 que había abandonado el año pasado (algo que no sucedía desde 2018), cuando había logrado la posición 32°.
En cuanto a los movimientos dentro del ranking, esta nueva posición de la Ciudad representa la mayor subida (7 lugares) para cualquier ciudad en el Top 30 de esta nueva edición (la segunda ciudad con mejor movilidad en el índice fue Bruselas, que pasó de la posición 16° en 2021 a la 11° en 2022, es decir 5 lugares, y la peor fue Shanghai, que bajó 6). En cuanto a la representación de América Latina, la Ciudad de Buenos Aires continúa siendo la única ciudad global de la región en el Top 30 de este índice desde 2018 (México DF ocupó la posición 31°).
Para Kearney, las ciudades globales son aquellas áreas metropolitanas que son excepcionalmente internacionales en su conectividad y carácter, pero también muy vulnerables a las crisis globales que interrumpen los flujos internacionales de capital, personas e ideas. “Estas ciudades son poderosos motores de dinamismo e innovación y su bienestar es un importante barómetro de las perspectivas presentes y futuras, no solo para los habitantes de las ciudades, sino para todos” , explicita el reporte.
De cara al futuro, el Índice de Ciudades Globales de Kearney establece cuatro desafíos económicos de corto plazo que estas metrópolis deberán enfrentar: una inflación persistente, la desaceleración del crecimiento económico, el aumento de los riesgos de deuda y el empeoramiento de la desigualdad.
Aunque cada ciudad debe encontrar su propio camino, Kearney establece una serie de iniciativas (con su correspondiente ejemplo de aplicación) que pueden mitigar el impacto de estos Cuatro Jinetes surgidos del conflicto ucraniano y el mundo post Covid: aumentar los ingresos y la equidad mediante ingresos no tributarios específicos; establecer programas de manutención infantil (como el que llevó adelante San Francisco); la ampliación del acceso al capital con plataformas agregadas; el aprovechamiento del carbono como un flujo de ingresos alternativo para financiar la infraestructura verde; la recuperación del valor del espacio público mediante la acción pública; la protección de los más vulnerables mediante programas específicos de ingresos garantizados; la superación de la la desigualdad al conectar las donaciones del tercer sector con necesidades inmediatas; reformar el tránsito interurbano con movilidad básica universal; y empoderar a los residentes con asesoramiento financiero como un servicio municipal.
Para Kearney, los líderes de estas ciudades globales tienen por delante una tarea tanto abrumadora como titánica: determinar cómo los residentes de sus ciudades capearán la tormenta económica que se avecina. En estos momentos de tanta volatilidad e incertidumbre, la toma de decisiones prudentes será más importante que nunca.
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